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Música y desarrollo

"Si pudiéramos volver sobre nuestros pasos e identificarnos con el niño/a que escucha el mundo a su alrededor con oídos infantiles, ¿no se nos revelarían por sí mismos los secretos de la música, permitiéndonos comprender sus formas de expresión?"​

(Noy Pinchas 1968)

Al preguntarnos por los orígenes de la motivación hacia la música y el por qué de sus efectos en la vida de un ser humano, nos remontamos a su origen mismo como persona. Los datos muestran que las primeras percepciones del mundo y de los otros se reciben estando en el vientre materno, a través del cuerpo de la madre hacia su feto: contracciones periódicas del útero, desplazamientos de su cuerpo al caminar, el pulso y los tonos de su voz. Así no es de extrañar que el pulso sea el parámetro musical mayormente asociado con el apoyo o sostén, como un signo de seguridad o alivio.

Este “tráfico del apego”, en palabras de Colwyn Trevarthen, experto en psicobiología, psicología infantil y desarrollo temprano, continua en la vida extrauterina en la forma de protoconversaciones (diálogos sonoros anteriores a la adquisición del lenguaje). En torno a los 3 meses, los bebés ya crean intercambios vocales con las mamás en sincronía y alternancia, y a lo largo de los meses los pequeños van aprendiendo a anticipar ritmos, pausas y melodías. El hecho de compartir empáticamente la “musicalidad” en estos movimientos naturales define la biología humana que motiva al ser humano hacia el compañerismo y el aprendizaje cultural (Malloch & Trevarthen, 2009).

La implicación en este juego conjunto por parte del bebé y el adulto es considerado un tipo de contención (Holding, en terminología de Winnicott) para el niño/a, que es una prolongación de la contención física aportada en los cuidados maternales, e igualmente explica el poder de la música como contenedora al constituirse en objeto transicional en sí misma. Sociólogos de la música como Simon Firth han constatado también este carácter transicional de la música al afirmar que ésta nos permite conectar con una emoción intensa al tiempo  que permanecemos a una distancia segura de la misma.

Partiendo de esa orientación hacia lo sonoro, de esa motivación al intercambio con otr@s, y de esa creatividad que les caracteriza, l@s niñ@s van pasando por distintas etapas en su relación con la música:

  • 0-2 años: Se caracteriza por la exploración y el juego sensoriomotor. Desde la actividad vocal espontánea del bebé para satisfacer sus necesidades básicas, poco a poco va pasando a jugar a través de variaciones en el sonido así como a explorar los sonidos de instrumentos u otros objetos.
  • 2-7 años: Los sonidos no sólo sirven para jugar sino también para expresar. Mientras que se va aprendiendo a discriminar entre distintos estímulos musicales, se empiezan a usar para expresar fantasías o estados internos. Es la etapa del juego simbólico.
  • 7-12 años: Para poder expresar cosas diferentes se establecen pautas que permitan organizar el sonido. L@s niñ@s adquieren poco a poco los juegos de reglas, y la música es otro de ellos.

Autores como Bruscia han definido algunos aspectos que caracterizan nuestra relación con la música a distintas edades y a lo largo de toda la vida (adolescencia, edad adulta en sus distintas fases, final de la vida...); aunque las edades y el orden de los periodos no deben tomarse de manera rígida, pues están condicionados por el entorno y la cultura, es importante la afirmación de Vaillancourt respecto al desarrollo infantil: “para integrar una experiencia, es decir, para aprender de forma duradera, el niño debe experimentar primero en el plano sensoriomotor y emocional”.

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